Por Abraham Calderón/La Connota.
Imagina un diccionario tan grande que, en lugar de definir una sola palabra para “niño”, tenga una entrada con diez formas distintas: pibe, chamo, chamaco, nene, patojo, guirito, carajito... Todas correctas. Todas válidas. Todas con historia propia. Ese diccionario existe, no en papel, sino en la voz de millones de hablantes que, desde México hasta la Patagonia, le dan vida al español con variantes que cuentan quiénes son, de dónde vienen y cómo se relacionan con el mundo.
En esta cápsula vamos a recorrer esas voces. Jóvenes de Argentina, Venezuela y México nos apoyaron con ejemplos concretos de cómo cambia el vocabulario de un país a otro. Y a partir de sus testimonios construiremos una historia mayor qué estudia la lingüística comparada, por qué existen las familias lingüísticas y qué nos dice la variación léxica sobre identidad, poder y comunicación.
¿Qué es la lingüística comparada y por qué importa?
La lingüística comparada es la rama de la lingüística que busca similitudes y diferencias entre lenguas para determinar si comparten un origen común. Gracias a ella sabemos, por ejemplo, que el español, el francés y el italiano descienden del latín y forman la familia de las lenguas romances dentro de la gran familia indoeuropea.
Pero más allá de clasificar idiomas en árboles genealógicos, la comparación nos enseña algo importante, ya que las lenguas no son entes inmóviles. Cambian. Se prestan palabras. Inventan giras expresivas. Y, sobre todo, se cargan de matices culturales que sólo se entienden escuchando a la gente.
Las voces, lo que dijeron Nasa, Ainara, Alfonso y Fernando
Para ilustrar esta diversidad, reunimos las voces de jóvenes de distintos países, quienes desde su cotidianidad mostraron cómo una misma idea se transforma en un abanico de expresiones según el lugar donde se pronuncia.
Desde Argentina, Nasa explica que a los niños se les dice pibes o pibas, al dinero guita o plata, al autobús colectivo o bondi, y al trabajo laburo. Su frase coloquial “Anda a agarrar la pala” transmite no sólo un mandato a trabajar, sino también un tono cultural cargado de humor e informalidad.
Ainara, también desde Argentina, añade que para llamar la atención de alguien se utiliza la expresión che, un marcador identitario que muchos reconocen instantáneamente como parte del habla rioplatense. Además, comenta el uso de zafar para referirse a salir de una situación complicada y copado para describir algo bueno, agradable o entretenido.
En Venezuela, Alfonso comparte que los niños suelen ser carajitos o chamos, mientras que el dinero puede llamarse plata o real, y el autobús camioneta o bus. El trabajo se conoce como chamba, una palabra que también se escucha en otros rincones de Latinoamérica, lo que revela rutas de contacto lingüístico. Pero quizás lo más característico del habla venezolana es el uso de arrecho o arrecha, términos que poseen significados múltiples dependiendo del contexto.
Estar arrecho puede indicar enojo, mientras que decir que algo “está arrecho” puede significar que es impresionante, muy bueno o sorprendente. También aparece la forma adverbial arrechamente, que intensifica la cualidad atribuida, creando una expresión versátil cuya interpretación depende del tono y la circunstancia.
Desde México, Fernando describe cómo los niños pueden ser llamados chamaco, mocoso, nene, chiniquil o chiquitín, lo cual revela un amplio repertorio afectivo y coloquial. Al dinero se le dice efectivo, feria, lana, pisto o bolas, dependiendo de la región y el contexto.
El autobús, por su parte, puede ser micro, camión o pecero, y el trabajo recibe nombres como chamba, jale o changarro, aunque este último se asocia más con un pequeño negocio que con un empleo convencional. En cuanto a expresiones cotidianas, Fernando menciona frases como ponte pilas, ponte trucha o ponte al tiro, todas relacionadas con estar alerta, actuar rápido o prestar atención.
Las diferencias entre estos países muestran que la variación lingüística no es solo un conjunto de palabras distintas. Es un espejo cultural que revela cómo cada comunidad construye su identidad y el vocabulario cambia según la historia, el contacto con otros pueblos, las influencias de migraciones, los medios de comunicación y hasta los procesos sociales o políticos. Palabras iguales pueden significar cosas distintas según el lugar; tal es el caso de arrecho, que pasa de insulto a elogio dependiendo del contexto. Otras palabras viajan, como chamba, que aparece tanto en México como en Venezuela, demostrando que la lengua es un organismo móvil que se expande y se adapta conforme las personas se desplazan y las culturas interactúan.
¿Qué nos enseñan estas palabras?
La variación refleja historia y contacto: palabras como chamba circulan en varios países (América Central, México, Venezuela) y muestran redes de contacto histórico y social. Otros términos son locales o regionales y revelan trayectorias culturales distintas.
Los mismos significantes pueden tener significados distintos: arrecho en Venezuela es un ejemplo clásico de palabra polivalente (enojo ↔ admiración). Esto obliga a quien comunica a calibrar contexto y audiencia.
Registro y cortesía: algunas palabras son formales (efectivo), otras coloquiales o incluso vulgares (arrecho, carajito en ciertos contextos). Usarlas en el registro equivocado puede cambiar el tono de un mensaje o generar rechazo.
Palabras como identificadores de grupo: decir pibe o chamaco no solo designa a un niño; señala pertenencia regional y, en algunos casos, clase social o edad del hablante.
Metáforas sociales y frases hechas: expresiones como “anda a agarrar la pala” funcionan como pequeñas metáforas culturales de valor del trabajo y actitud ante la vida.
Casos prácticos: comunicación, medios y enseñanza
Periodismo y producción audiovisual: usar voces auténticas (como las de Nasa, Alfonso y Fernando) enriquece el relato y evita acentos “genéricos” que invisibilizan identidades.
Publicidad y marketing: una misma campaña traducida literal a otra región puede fracasar si no adapta léxico y tono. “Ponte pilas” no se usa igual en Argentina que en México.
Enseñanza del español: mostrar variación léxica ayuda a estudiantes a desarrollar competencia comunicativa real, no sólo “reglas”.
Para los comunicadores, comprender esta diversidad es indispensable. En el periodismo, la publicidad, la docencia o la producción audiovisual, conocer cómo se habla en diferentes regiones evita malentendidos y fortalece el vínculo con las audiencias. El español no es una sola voz, sino una constelación de variantes que conviven, se mezclan y se transforman. Reconocer estas diferencias no solo mejora la comunicación, sino que también derriba prejuicios y promueve una visión más amplia y respetuosa del lenguaje.
La lingüística comparada nos recuerda que las lenguas nacen, cambian, se mezclan y dialogan entre sí. La variación lingüística nos enseña que quienes hablan también cambian, se transforman y se reinventan. Las palabras son pequeños mapas culturales: dicen de dónde venimos, qué valoramos y cómo entendemos la vida. Y tal vez, si aprendemos a escuchar estas voces sin intentar corregirlas, descubramos que en medio de tantos matices, todos compartimos algo esencial: el deseo de comunicarnos más allá de los acentos y las fronteras.
Para comprender esta riqueza, debemos partir de la lingüística comparada, una disciplina que examina las similitudes y diferencias entre las lenguas para determinar si comparten un origen común. Gracias a este enfoque sabemos que el español, junto con el francés, el portugués, el italiano y otras lenguas, forma parte de la familia indoeuropea y, dentro de ella, del grupo de las lenguas romances, herederas directas del latín.
Incluso dentro del propio español surgen variaciones que evidencian historia, identidad y formas particulares de ver el mundo. A estas diferencias internas se les conoce como variación lingüística, un fenómeno que puede manifestarse en la pronunciación, en la manera de estructurar las oraciones o, como exploramos aquí, en el vocabulario.
Redacción de los audios:
Nazareno de Argentina:
¿Qué onda? Me llamo Naza y bueno, les voy a contar cómo le decimos a los niños al dinero, al autobús, el trabajo acá en Argentina. Comenzamos con el niño, le decimos "pibes", "pibas" si es niño y bueno, así. Al dinero le decimos "guita" o "plata", de todas formas. El autobús también tiene dos formas: colectivo o bondi y el trabajo, el laburo. Una frase que usamos es "Anda a agarrar la pala" que se refiere a "Anda a trabajar" o "Anda a laburar" que es lo que decimos.
Fernando de México:
Hola, mi nombre es Fernando y acá en México a los niños les solemos decir "chamaco", "mocoso", "nene", "chiniquil", "chiquitín". Al dinero solemos llamarle "efectivo", "feria", "lana", "pisto", "bolas". Al autobús le solemos decir micro, camión, pecero. Al trabajo le solemos decir chamba, jale o changarro. Pero changarro es más para un establecimiento. Chido, de nada, bye.
Alfonso de venezuela:
Mi nombre es Alfonso y en Venezuela la expresión arrecho o arrecha es culturalmente vista como una grosería. Esta misma puede ser conjugada como bien puede ser arrechamente se usa para decir que algo te molesta o que una persona está molesta yo estoy arrecho, yo estoy molesto o que algo está muy bien o algo está cool o algo está impresionante es que algo es arrecho por ejemplo la comida te quedó arrecha te quedó muy buena quiere decir Arrechamente es una expresión un poquito más complicada, pero tiene el mismo uso que como adjetivo para cosas.
Ainara de Argentina:
Hola, mi nombre es Ainara y en Argentina para referirnos a un niño lo llamamos pibe o piba. Para llamar la atención de alguien decimos che. Cuando decimos laburo nos estamos refiriendo a trabajo y cuando decimos que zafamos en algo hablamos de cuando salimos viendo una situación complicada. Cuando decimos que algo es copado significa que es bueno, genial o que está bien.

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